El gigante Tom amaba jugar en las alturas, acomodar la nubes a su gusto, perseguir las aves que volaban alto, cambiar la dirección del viento, tapar el sol, bañarse saltando bajo una nube lluviosa y luego dormir feliz mirando la luna; jugar con otros gigantes también era divertido aunque casi todos sus amigos solo jugaban videojuegos gigantescos en televisores enormes que a él no le gustaban por eso prefería jugar solo y correr de un lugar a otro rodando en las montañas.
Cuando Tom jugaba en el campo muy a lo lejos veía casi como unas manchitas que se movían rápidamente, era una familia de hormigas. Tom desde arriba veía como estas hormiguitas se divertían, eran muchas y corrían alegres, se tumbaban, saltaban…Tom quería jugar con ellas.
Todos los días este gigante se despertaba, daba un paseo por hermosos paisajes, jugaba entre las nubes y luego se sentaba a contemplar esas hormiguitas sonrientes y a veces incluso se reía en medio de brincos y piruetas que ellas hacías; durante mucho tiempo las observó con peculiaridad y no encontraba la forma de poder jugar con ellas, comenzó a idear al menos la manera de hablarles y agradecerles las sonrisas que le habían regalado.
Intentó gritarles desde lo alto pero las hormigas escucharon como si una tormenta se acercase y corrieron a encontrar refugio; se agachó para hablar más bajo pero tapó el sol y las hormigas al ver que había oscurecido, fueron a sus hormigueros en busca de comida y así todo lo que intentaba era en vano, nada permitía que él pudiese hablarles.
Cierto día pasó un ave cerca de él y como acostumbraba la persiguió sonriente hasta que esta se alejó lo suficiente para estar fuera de su alcance, y al posarse en la tierra a descansar un poco, el gigante notó que esta ave dormitaba muy cerca de las hormigas, inmediatamente supo que esta sería la forma de comunicarse.
Al otro día se despertó muy temprano cuando aún el sol no se