ENERGÍA PARA EL ALMA (1)

La vida es una obra teatral que no importa cuánto haya durado, sino lo bien que haya sido representada.
Séneca

Si al menos en un instante de nuestra vida tuviéramos espacio y sinceridad cruda para intentar preguntar por nuestro origen individualmente considerado, quizá llegaríamos a enfrentar una verdad de siempre, pero que preferimos ignorar: todos nacemos de idéntica forma.

En la medida en que crecemos para recorrer el tiempo de existencia, echamos paso a paso raíces de duro egoísmo, envidia sin limites, dejando invadir nuestro espíritu en sociedad inundado de instintos perversos y agresivos contra nuestra familia biológica, exhibiéndose en las relaciones de comunidad, donde tranquilamente se expresa con indiferencia frente a la situación difícil del otro; insolidaridad en conducta y acción, abandonando los valores fraternales que al final del camino son los que justifican nuestra presencia en el mundo conforme la voluntad del Creador.

Son las ambiciones desbordadas, la codicia de atesorar, acumular tanto materialmente como en sometimiento de las personas a nuestras debilidades emocionales, lo que nos lleva a perdernos por caminos oscuros y sin punto de llegada.

Ese apartarse del bien común, el pisotear lo sueños de otros, el refugiarnos en el rincón del individualismo, es todo lo que al fin de cuentas nos hace infelices aunque satisfechos.

Diferenciar los dos términos es fácil: un crack mundial del fútbol lleno de dinero y de fama, puede sentirse satisfecho, mas no feliz. Un niño popular de familia muy precaria que solamente cuenta con una pelota barata para jugar, puede ser plenamente feliz.

Son entonces los más profundos valores humanos los que pueden dar sentido a nuestra compleja existencia. Y nada nos hace más visibles al creador que practicar los valores de la bondad, la caridad y la generosidad.

"Si volviera a la niñez", es un interesante mensaje de sabiduría universal que nos dejó el escritor y humanista Jorge Luis Borges. En este nos convoca a reflexionar a tiempo antes de sentirnos impotentes y con cargo de conciencia al momento final de nuestra existencia. El llamado es a vivir como humanos de carne y hueso, mas que como autómatas prisioneros y serviles de la fría e insensible tecnología. Tener presente siempre que todos nacemos de idéntica manera, y luego queremos crear diferencias irreconciliables durante nuestro recorrido por el sendero de la vida, con tal grado de deshumanización, que pareciera que nos esmeráramos en aplicar al pie de la letra el estribillo de Hobbes: "el hombre es lobo para el hombre". La pregunta obligada entonces sería: ¿de que manera quisiéramos morir? Si, vale preguntarse cada uno sobre el particular, teniendo en cuenta la dura realidad: cada uno morimos de acuerdo a como hemos vivido. El bien supremo de la vida es la oportunidad para reflexionar y transformarnos. DOMINIK DE MARIA