Cuando se carecen del capital y las tecnologías, no de mucho puede ser útil la Tierra, el
Trabajo y todas las características que de ellos se derivan y aún más cuando conocemos
de antemano las cualidades del territorio y el hombre colombiano.
La falta de estos dos factores – capital y tecnologías – nos sitúa en un juego de ajedrez
en donde estamos en un jaque permanente. De tal manera que la forma de adquirir
capital es con el alquiler de nuestras tierras, convirtiendo a Colombia en un país de renta
latifundista, en un Estado que se convierte en la granja de los demás, llegando a límites
tan lamentables que nos llevan a la exportación de nuestros mejores productos – que no
son reproducidos a su mayor expresión capital – dejando para nosotros mismos los
peores ripios, cascajos, residuos de nuestra producción, o en el peor de los casos en
importación de materias primas que preferimos vender en vez de satisfacer de manera
primordial nuestras propias necesidades – en realidad que poca autoestima la nuestra
– .
No es mas que ser remunerado con la renta de nuestros campos, olvidando el gran daño
que causan en muchas ocasiones las inversiones extranjeras en nuestro territorio y no
es el hecho de criticar la globalización de nuestro país, pero es claro que nos ha llevado
a brindar facilidades legales y económicas para obtener el capital que nos hace falta
para la inversión interna. Y del otro lado, la ausencia de tecnologías no hace más que
todo ahondar las brechas de desigualdad social de nuestra nación. De allí que son
privilegiados aquellos que la poseen en primera parte y segundo haciendo de nuestra
economía – valga la redundancia – una economía de altos costos, altos costos por la
escases de la tecnología y al tiempo de poca calidad, pues aunque poseamos tecnología
esta no deja más que ser obsoleta, antigua, vetusta para el momento histórico en que
nos encontramos, pero al mismo tiempo lo más desconsolado es la calidad que se
vende, una calidad que no tiene poder de competición y que por eso se queda dentro de
nuestro país alimentando a los colombianos, pues durante mucho tiempo nos han
alimentado con las sobras – en el extranjero la comen pero le exigen calidad – y lo más
terrible es que se le ha aprendido a degustarle y sacarle el sabor, pero todo ello
gracias también a un país colmado de necesidades insatisfechas.
La tarea del Estado en materia económica ha sido encaminada a una facilidad en
materias de inversión para la obtención de los factores que necesitamos y que tanto nos
hacen falta para un desarrollo y crecimiento congruente de nuestra economía. En hora
buena es sensato pronunciar que el Estado no se ha encargado de su labor de
repartición de riquezas, pues la realidad demuestra que ha utilizado el derecho para
mantener esta en los que ya la poseen. De allí que la concentración de ingresos y de las
tierras es una política “tácita” de Estado. Ahora, sumado a que el capital y la tecnología
son pocos, pero al mismo tiempo los que la poseen son un pequeño grupo al tiempo
estos son legitimados por el sistema Estatal y a la vez agregamos que estos mismos son
los que se mueven en la esfera del poder público, el llamar a Colombia un país de
propietarios sólo es una simple campaña electoral o publicidad política, ya que en
realidad se es un país de terratenientes, un país de latifundistas. De allí la posibilidad
que en Colombia podamos contar los principales grupos económicos con los dedos de
una de nuestras manos. Además, a esta elite de empresas que dirigen nuestra
economía, es decir, esta cadena producción oligopólica que controla nuestras vidas, trae
no solo consecuencias trágicas de carácter económico, sino unas de mucha más
gravedad como lo son las sociales.
Si bien nuestro país está dividido administrativamente en 32 departamentos como una
forma de fraguar las consecuencias desventajosas de un total Estado unitario, en
materia económica nos encontramos en la misma situación. Un país fallido en políticas
económicas y en políticas agrarias, es un país en el cual se ha aprovechado para
segregar las cadenas de producción de bienes y servicios para la satisfacción de las
necesidades. Sufriendo los problemas de abastecimiento interno, siendo un país que en
su riqueza se enseñó a vivir en la pobreza, haciéndola de nuestro normal vivir, saber que
hay lugares en donde no encontraremos cantidad de productos que a pesar que se
producen en otras zonas del país a gran cantidad no son difuminados por nuestro
territorio, convirtiéndonos en un país desintegrado, desunido en repartición de los
bienes y servicios producidos, y ello sin contar la gran cantidad de atraso en materia de
infraestructura que nos agobia. Pero el mortal y más escabroso resultado de esta
situación es el encontrarnos en una competencia imperfecta, la cual pone en jaque a la
actividad interviniente del Estado, pues como es de notarse, en la economía colombiana
es de mucho más peso el actuar de la actividad privada que el de la mano pública y de
allí que el papel esperado de la esfera estatal queda maniatado para la realización de lo
fines constitucionales que propugnan la igualdad y el interés general.
La economía como una ciencia social, posee la gran cualidad de permitirnos entender de
manera más dable como encajan en la sociedad todos los cabos para hacer comprender
la situación de todo actuar humano. Ahora sumado a la concentración de los medios y
factores de producción en definidos lugares de la nación se añaden ahora las caravanas
de personas – conocida económicamente como migración rural – urbana – que
deambulan por todo el territorio del país buscando oportunidades de una vida digna, una
vida que les permita por lo menos ser felices aunque sea sin casa propia pero con la
barriga llena. Al contrario de las bonanzas que contaban nuestros abuelos, en las cuales
hacía falta trabajadores – porque trabajo si había, y mucho - y recordando que los
centros urbanos – otrora – estaban situados en el agro, en el campo, en nuestras
montañas, contrario a lo que ahora sucede; en la actualidad son las ciudades los nuevos
focos y gérmenes del progreso, crecimiento y desarrollo económico, conllevando esto a
olvidar nuestra propia identidad, ya que Colombia es un país totalmente campesino un
país, que ahora, lamentablemente, se refugia en las urbes, en donde, a pesar que se
encuentran situadas la mayor cantidades de oportunidades, estas no son suficientes, no
están al alcance de todos, generando problemas más ahondados, dificultades como la
pobreza extrema, el analfabetismo por la poca cobertura en educación, en salud,
problemas de seguridad… en fin un sin número de fenómenos sociales que se derivan
de un sistema económico que falla y que ha fallado durante mucho tiempo en nuestra
historia.
Lo realmente curioso es la forma como se pretende la solución, no se ataca de manera
directa con soluciones de fondo estos problemas tan álgidos, sino que la solución ha
sido dirigida principalmente a la política pública de subsidios a la población por una gran
cantidad de razones – por no decir más que la legitimación política – como estrategia de
lucha contra la pobreza, esto que no deja de ser más que una arma de peligrosas
consecuencias, pues no crea más que un ciudadano clientelar, un ciudadano entregado
a nada, sólo a la espera que el Estado que ahora es su “papá” le solucione sus
problemas de bolsillo y dejando de lado verdaderos e importantes programas de
inversión social que estabilicen el mercado laboral, que reúnan las características de
unas verdaderas políticas públicas, que creen nuevos centros urbanos para la
generación de empleos y no perder la gran cantidad de manos de obra que se desecha
en las filas del desempleo, unas políticas públicas que generen y devuelvan la
esperanza en el campo como fuente prístina de riqueza y que como fin último subsanen
toda la crisis social que versa en estos momentos nuestras ciudades.
Ahora, la cavilación se radica, mencionado lo anterior, a nuestra vida urbana, a nuestra
cotidianidad en sociedad que se desenvuelve en nuestras principales ciudades, en las
capitales de los departamentos que son la nueva “fuente de riqueza”, y todo ello debido
a que en estos nuevos recintos se da un gran fenómeno para solventar la escases de
formas para satisfacción de las necesidades. Es preciso definir la estreches de la
economía colombiana tanto en la oferta como en la demanda, debido a que no hay
suficiente capacidad de compra y por consiguiente tampoco buena capacidad de oferta
de bienes y servicios, esto viéndose reducido por un efecto cíclico que acarrea la mala
distribución económica del país. De este modo y dado que de ambos fenómenos
económicos – tanto de ley de oferta como de ley de demanda – hay unos escases que
estancan nuestra economía: La economía subterránea. La economía subterránea, está
impulsada por la gran cantidad de fenómenos económicos que no se registran en las
cuentas nacionales, presenta como principal valor, en un sentido social mas no
económico, el de ser la fuente de acceso de muchos bienes y servicios que en dadas
las condiciones actuales de un mercado oligopólica se hacen imposible, tanto por
razones de elementos como los precios y las cantidades. La informalidad en Colombia
es la regla general de fuga para sacarle el paso y provecho a la delicada situación
económica que vive el país, pues, aunque se diga que la economía va en un alza y
positivamente ello conviene a la nación, es notorio que la situación social va mal y cada
vez en grandes proporciones, de allí que cada semáforo de nuestras ciudades se haya
convertido en nuevas plazas de mercado, no hay lugares donde no se encuentren
vendedoras de rosas o vendedores de aguas, no hay servicio público de buses que no
preste unas ventas de dulces, o las calles de los centros de las ciudades congestionadas
más por los vendedores ambulantes que por los mismos autos. La alta intervención
Estatal hace que toda actividad comercial que se desarrolle debe cumplir unos requisitos
legales, los cuales garantizan el cumplimiento de unas obligaciones por parte de los
particulares ante el Estado, de ello derivando una gran cantidad de burocracia y deberes
tributarios que se traducen en inversiones públicas, pero del lado del fenómeno de la
subterraniedad, debido a su informalidad se ocasiona la competencia desleal ante a
quienes de manera organizada realizan la actividad del comercio.
En realidad, Colombia es un gran país a pesar de todas sus dificultades. La solución a
tan atrasado sistema económico que muestra su más profunda crisis en la realidad
social solo sería posible mediante medidas que integren la comunidad en igualdad de
condiciones para el acceso a los bienes y servicios que general el aparato productivo del
país, en un proceso de democratización de las tierras productivas del país, en el regreso
del campesino al campo.
En realidad, la labor sería contemplada por un Estado fuerte no sólo en materia de
seguridad, sino un Estado fuerte en materia social, un Estado que se desenvuelva de
manera activa en la economía, siendo un agente no solo de regulación, sino que actúe
como productor, acumulador, distribuidor en el juego económico. En fin, a pesar de los
problemas y dificultades, somos un país de riqueza, pero acostumbrados a lo poco.
Juan Diego Barrera Arias es jurista de la reconocida firma Barrera Arias Abogados & Asesores. Abogado de la Universidad de Antioquia, es innovador pedagógico, como Director Canal Youtube, La Nota Jurídica. Hace parte del Grupo Consultor de la Escuela del Buen Vecino en la SAI.
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