LA TRAGEDIA DE AFGANISTÁN Y EL ISLAMOFASCISMO TALIBÁN
Por: Dominik de María, Instructor Voluntario IVOL, miembro de la EBV*
* Abogado U. de A., especialista en
Derecho Financiero y de los Negocios (U.P.B.), exdocente
de Teoría Constitucional (U. de A.), exdirector Revista Nacional de Estudios Constitucionales, opinión en redes: Sociedad Abierta y No más
Dictaduras, miembro de la Orden Franciscana Seglar (OFS), activista Pro-Vida, autor del manifiesto colombiano por la legalización de las drogas como salida al conflicto y la violencia del país.
Desde el siglo XIX, Afganistán fue un Estado dibujado en el mapa, aun cuando su
territorio comprendía múltiples etnias o tribus en conflicto entre sí. Además de los
pastunes, los más numerosos, existen en Afganistán los pueblos uzbekos, tayikos,
hazaras, nuristaníes y baluchíes. En el ámbito religioso, el panorama es similar, pues
mientras el 80% de la población practica el islam sunita, casi el 20% practica el islam
chiíta. Durante el siglo XIX, Afganistán fue un Estado Tapón, entre las dos influencias
de la región, la rusa, de un lado, y la inglesa, del otro. Tras la Revolución Soviética de
1919, la Unión Soviética reconoció la independencia de Afganistán, y le entregó una
modesta ayuda económica. Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945),
Estados Unidos y la Unión Soviética, mantuvieron la condición de Estado tapón
respecto de Afganistán.
A partir de 1919, Afganistán gozó de un intento occidentalizador, cuando llegó al trono
el rey Amanulah, quien intentó modernizar el país a partir del ejemplo que le ofrecía la
Revolución Rusa de 1917 y la turca encabezada por Mustafá Kemal Atatürk. Su política
occidentalizadora estableció políticas como la enseñanza mixta y la supresión del velo
obligatorio para las mujeres. Pero en 1929, el Imperio Británico promovió un golpe de
Estado que destronó al monarca afgano, tras lo cual, sus sucesores se opusieron
firmemente a adoptar cualquier reforma económica o social.
Hasta 1973, Afganistán siguió siendo una Monarquía, sustituida por una República,
cuando el rey Zahir fue derrocado por su primo, el príncipe Mohamed Daud, quien
gobernó arbitrariamente y con nepotismo. Con el asesinato de Mohamed Daud en
1978, los comunistas afganos aprovecharon para tomarse el poder. El nuevo régimen
comunista promovió varias reformas. Por ejemplo, en los pueblos, las niñas pudieron ir
a la escuela, se formaron técnicos y profesores, consiguiendo que el analfabetismo,
masculino y femenino, presentase una relevante disminución. Pero en el ámbito
espiritual, el gobierno fracasó, pues tras intentar imponer una ideología atea, chocó
contra la cultura religiosa fuertemente arraigada entre toda la población del país. Y en
cuanto a la reforma agraria, ésta también fracasó, ante la resistencia de las
estructuras feudales. Finalmente, en el ámbito político, los comunistas persiguieron a
la oposición. En este escenario, el Régimen Comunista Afgano, se vio enfrentado
fuertemente por diversas facciones rebeldes, tras lo cual la Unión Soviética invadió al
país en 1978, enviando sus tropas, y creyendo los generales soviéticos que su papel se
limitaría a respaldar al gobierno comunista, evidenciando prontamente, que serían
ellos mismos quienes tendrían que enfrentar a los rebeldes, y para colmo, la ocupación
soviética estuvo limitada a las grandes ciudades. Por otro lado, Estados Unidos, de
manera encubierta, les entregó armas a los opositores anticomunistas, consiguiendo,
con éxito, contrarrestar el avance soviético, de suerte que los misiles Stinger
entregados a los rebeldes, resultó decisivo. En todo caso, como he dicho, los territorios
rurales afganos estuvieron bajo el control de las guerrillas, favorecidas además, por el
agreste relieve del país, que les brindaba escondites seguros ante el control soviético.
Ante su estancamiento, la Unión Soviética respondió con una violencia extrema,
quemando cosechas y destruyendo pueblos enteros, lo cual provocó una mayor
resistencia del pueblo afgano a la intervención soviética. Por otro lado, la situación
afgana provocó la solidaridad de los países musulmanes, los cuales enviaron batallones
de muyahidines, entrenándose en las bases dispuestas por parte de Estados árabes y
occidentales, especialmente Estados Unidos, el cual reclutó numerosos yihadistas, de
modo que la yihad fue incentivada por las administraciones de Jimmy Carter (1977-
1981) y de Ronald Reagan (1981-1989), las cuales proveyeron de armamentos,
equipos, recursos y logística a los muyahidines, con quienes el gobierno
norteamericano invirtió aproximadamente 40 mil millones de dólares, durante un periodo de
25 años. A partir de 1978, la propia CIA reclutó y entrenó hasta unos 35.000
yihadistas, a fin de que combatieran al régimen comunista. De manera que Afganistán
se convirtió en el último escenario de enfrentamiento entre la Unión Soviética y
Estados Unidos bajo la Guerra Fría. El más famoso yihadista apoyado y financiado por
Estados Unidos, fue su futuro gran enemigo, el saudita Osama ben Laden, quien en
aquellos años creó una de las bases yihadistas apoyadas por el mundo islámico y
occidental, ni más ni menos que Al Qaeda, que justamente, en idioma castellano,
quiere decir La Base. El hecho cruel y retorcido, consistió en que el dinero recibido por
los muyahidines no sólo se destinó para recompensar a quienes dieran muerte a algún
soldado soviético, sino también para pagar la macabra muerte de maestros, clérigos
no extremistas, mujeres que no usasen la burka. Y muy a pesar del baño de sangre,
tras más de diez (10) años de la invasión, Afganistán se convirtió en el Vietnam de la
Unión Soviética, que tuvo que abandonar el país en 1989, derrotada y humillada, tras
un costo humano y económico tan alto, que tal situación fue uno de los hechos que
animaron tanto su caída, como la caída del propio Régimen Comunista Soviético.
Pero la tragedia afgana apenas comenzaba, pues en 1994 tuvo lugar la primera acción
militar de los Talibanes, movimiento yihadista, extremista, fundamentalista, terrorista
e islamofascista, que se hizo con el poder en 1996, implantando en el país una
interpretación literal e integrista de la Sharía, el Corán, y la ley musulmana,
prosiguiendo con su brutal represión de quienes fueran acusados de robar, a los cuales
les amputaban sus manos o sus brazos, mientras a las mujeres se les excluyó de
manera absoluta de la vida pública, a tal punto, que se les prohibió estudiar después
de los ocho (8) años, se les obligó a llevar el chadof, el cual las cubre todas,
confinadas en sus casas con las ventanas cubiertas para que no puedan ser vistas
desde el exterior, teniendo prohibido reírse si son escuchadas, sin poder ser atendidas
por razones de salud, mientras los escuadrones talibanes suelen ser vistos en las calles
propinando palizas.
Por otro lado, a pesar de recibir el apoyo de Estados Unidos, Osama ben Laden se
propuso atacarlo, pues en su criterio, tal país era antirreligioso, prosionista (es decir,
solidario con el Estado de Israel, cuya mayor parte de su población profesa el
judaísmo), y erosivo ante el estilo de vida islámico. Osama ben Laden permaneció en
Afganistán, y su terrorista e islamofascista organización, Al Qaeda, recibió el apoyo del
también islamofascista Régimen Talibán, a tal punto, que desde Afganistán se organizó
y dio lugar a los atentados terroristas contra Estados Unidos en la macabra jornada del
11 de septiembre de 2001. Tras los ataques, Estados Unidos intervino con total
decisión, de suerte que hasta octubre siguiente, menos de un mes después de los
ataques, con la ayuda del Reino Unido, Canadá y otros países, incluidos algunos de la
OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), se dio inicio a la acción militar, el
bombardeo a los talibanes y los campamentos relacionados con Al Qaeda.
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