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De los buses y otras historias

Por: Francisco Zapata Vanegas

En días pasados, a manera de ejemplo; cuando departía en el restaurante el patio de Junín, apreciaba con singular asombro varios murales fotográficos del Medellín del ayer. Simplemente sorprendente: En la calle San Juan, estación ferrocarril de Antioquia, existió la integración con el tranvía, como testimonio de ordenada planeación del transporte urbano, otro honroso caso de herencia de nuestros abuelos.
En el servicio de transporte urbano de la reciente Medellín, la que por muchos años veía aplazado su sueño histórico de contar con un metro, fueron innumerables las anécdotas que entraron a construir la memoria popular. Auténticas y memorables las expresiones en las rutas de buses. Una de ellas, se convirtió en lugar común: “Corrasen por el tubo del medio, que todavía hay mucho espacio”. Y como esa, eran muchas las sentencias diarias vividas en los destartalados buses y busetas que cumplían el apretado itinerario en sus recorridos asfixiantes y rechinados por las angostas calles de los empinados barrios durante el acontecer ordinario de los ochentas, hasta muy entrado el nuevo milenio. Las vivencias como pasajero de bus son innumerables y de pesadilla. Como no recordar el grito estridente de los conductores de marras pretendiendo más espacio donde no lo había, así como la respuesta enconada y decidida de la furibunda señora, que con bolso amarrado a la nuca, un paquetón en el sobaco, y una mano monumental asida al popular tubo central, le respondía al unísono: “Este descarado, donde vas a acomodar más gente, crees que llevas aquí ganado o que…”. Era entonces cuando se trenzaban en fenomenal batalla verbal. El conductor le bajaba al ensordecedor parlante de la radio, para invitar en tono desdeñoso a la enardecida pasajera exclamando: “Vea señora, venga por el pasaje, yo se lo devuelvo y coja taxi”. Y esa era la película repetitiva a las siete de la mañana, a las doce del día y a las seis de la tarde, ocasión esta última que era la más degradante, ensordecedora, y calamitosa. Si señores las tradicionales horas pico, las de los semblantes agotados en un entorno de temperamentos irritados por las jornadas en colegios, fábricas y universidades, la misma que se fundía en un ambiente raro de olores descompuestos de los iniciales aromas a “pachulí”, o el recalentado y tradicional polvo para pies que terminaba en sudoración familiar a cierto tipo de agua de florero, o la crema amarillenta de dos pesos para el cuidado del rostro ya corrida por el sol, y también los gracejos desodorantes del famoso almanaque francés, ya hoy en la galería del pasado.

En los horarios intermedios, el transporte en Medellín siempre fue a prueba de vértigo. Muchos conductores de buses, parecían aspirantes a relevar en la fórmula uno al legendario Juan Pablo Montoya. Se desprendían por las pendientes de las comunas, al grito de sálvese quien pueda. El ritmo de la música y mensaje radial, lo imponía entonces la salsa brava con el sonido de las palmeras, o la universidad del rock de Veracruz. Y no faltaba la radio de bragueta, cama, y chisme de niñas atortoladas al muy estilo trasnochado y pueril de la hora de los adoloridos, que mezclaba un infame doble sentido capaz de ruborizar las más atrevidas letras del hoy criticado reggaetón, al paso que le advertía a la quinceañera, que si el novio era juicioso mercándole semanalmente, no era bueno que dejara muchos días el salchichón en la nevera.

Si el abordaje era complicado en los privilegiados buses, en cuyas puertas colgaban como racimos los más afanados en llegar a tiempo a sus destinos, no era menos cruel el descender de los mismos. El accionar del timbre evolucionó desde las cuerdas de hilaza y cabuya que había que halar a tiempo, a los botones que en ocasiones por descuido o por malicia no funcionaban. Entonces procedía el enfrentamiento verbal con los términos más variados y subidos de tono: “Soltalo pues que eso no da leche”, iracundo llamado del conductor malhumorado, o la exclamación irredenta y fatigado del pasajero: “Porque no me paraste en la esquina, o es que me vas a llevar donde tu moza”. Para no referirnos a otras muy subidas expresiones de tono.

Periodismo Escuela Vecinal. Portavoz-Fundador FOROCHAT.COM.CO
La llegada del metro con todo su sistema integrado, le cambio definitivamente la cara a la ciudad.
El bus, llego a ser el vecino obligado, aquel que nadie escoge, pero que estaba ahí en cada una de las agendas de vida. Y sus pilotos, eran fácilmente nuestros vecinos, seres humanos con talentos, dificultades y muchos traumas al igual que cualquier mortal. En su interior, el conductor le notificaba a todo mundo que era espacio de continuidad de su núcleo familiar. En la fachada interna central, aparecían las fotos de la compañera, los niños, el santo de devoción, el perro, el escudo del equipo de fútbol, el nombre de bautizo del automotor, y las frases más exóticas del refranero popular. “No traiga machete que aquí le damos”, “el paisa es el rey”, o “me 109 cito”, para citar las más comunes.

Y como también en los periódicos corría tinta a granel con las crónicas sobre la materia, los escritores aducían al pésimo mantenimiento y servicio deficitario de transporte, la conducta de indiferencia y de poco o ningún sentido de pertenencia de los usuarios con el parque automotor. La silletería y demás acabados interiores, eran destruidos de manera intencionada, como si se tratara de saldar alguna deuda. Los amores y desamores, y también toda lista de obscenidades eran grabadas con lápiz de tinta o con objetos cortantes, hasta el punto de obligar a los también sufridos empresarios al cambio sucesivo por asientos de pasta en acrílico.

Pero hay mucho más para recordar. El bus, representó durante un importante tramo de la vida municipal, el lugar ideal para la solución del más preocupante de los flagelos que vive nuestra precaria sociedad: El desempleo. Con historias a granel contadas con cierta audacia y con el siempre obligado preámbulo del “Primero que todo…”, que pretendía advertir el buen juicio de solicitar así fuera una monedita para llevar la comida a la casa, o la cruel historia del otro contando haber acabado de salir de purgar una condena en la cárcel, pareciendo amenazar con volver a la actividad delictiva si no se daba una respuesta efectivamente solidaria. Y casos curiosos de quienes urgían una ayuda para poder lograr dar cristiana sepultura a su niño, y pasaban los meses, y continuaban con la misma historia sin siquiera ruborizarse. En alguna oportunidad, en una buseta de la ruta universitaria, un individuo muy malacaroso, expreso luego de recoger de algunos pasajeros el aporte en monedas, “Dios bendiga a los que escucharon mi mensaje y realmente me ayudaron”, a lo que riposto un señor muy templado y desafiante, “que quieres decir con eso, ¿que los que no te dimos nada nos vamos para el infierno?”. Fue el momento de alta tensión, el aludido episodio alcanzo entonces términos mayores.

Enseñar con simple pedagogía esos modelos a niños y jóvenes, no nos salvará de nuevos errores, pero si nos blindarán de repetir errores pasados.
La llegada del metro con todo su sistema integrado, le cambio definitivamente la cara a la ciudad. Y aunque las filas, los trancones en los vagones y el manoseo ciudadano siguen ahí como fieles testigos del transporte colectivo, si existe hoy un argumento contundente y de claridad meridiana para hablar de la ciudad innovadora, de la cultura ciudadana, y de los muy altos valores de buena Vecindad en la bella villa a partir de la trasformación audaz de la política de transporte urbano y del espíritu de ciudadanía. Claro que hay que volver la mirada a tiempos más añejos para reconocer que alguna vez contamos con tales bondades seriamente referidos a mejores índices de calidad de vida. Y la política pública de profunda inclusión social, debe llevar a los gobernantes a seguir insistiendo en los sectores más periféricos donde aún se siente vestigios de ese modelo de transporte urbano indignante y de alto riesgo.

En días pasados, a manera de ejemplo, cuando departía en el restaurante el patio de Junín, apreciaba con singular asombro varios murales fotográficos del Medellín del ayer. Simplemente sorprendente: En la calle San Juan, estación ferrocarril de Antioquia, existió la integración con el tranvía, como testimonio de ordenada planeación del transporte urbano, otro honroso caso de herencia de nuestros abuelos. Enseñar con simple pedagogía esos modelos a niños y jóvenes, no nos salvará de nuevos errores, pero si nos blindarán de repetir errores pasados. FZV17

En el servicio de transporte urbano de la reciente Medellín, la que por muchos años veía aplazado su sueño histórico de contar con un metro, fueron innumerables las anécdotas que entraron a construir la memoria popular.