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EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO DESDE SAN JUAN XXIII HASTA FRANCISCO

DOMINIK DE MARÍA Orden Franciscana Seglar
Activista Pro-Vida
Creador, en Facebook, del grupo Parusía Franciscana
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Se entiende por Diálogo Interreligioso, desde la perspectiva de la Iglesia Católica, el establecido entre religiones distintas y diversas, como el que a través de la historia, especialmente de manera reciente, se ha entablado y practicado entre el Cristianismo y el Catolicismo, con religiones no cristianas como el Judaísmo, el Islam, el Hinduismo, el Budismo, y muchas otras religiones de los diferentes pueblos de la tierra, que expresan diversos valores sobre la Divinidad y las relaciones entre los hombres, que bien pueden compartir elementos comunes, lo que hace posible y enriquece el diálogo, contribuyendo a una mutua comprensión y coexistencia pacífica entre pueblos, naciones, Estados, culturas, comunidades y líderes espirituales y religiosos, contribuyendo a neutralizar y prevenir el fundamentalismo y la violencia fundada en razones religiosas.

Quizá la primer gran experiencia de un fructífero Diálogo Interreligioso desde la experiencia del Cristianismo, aparece narrada en el libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 17, donde el Apóstol Pablo, quien precisamente se empeñó en llevar el Evangelio y la noticia del Salvador Jesucristo muerto y resucitado, tras sentirse abrumado por la abundante presencia de ídolos en la ciudad griega de Atenas (algunos atenienses lo llevaron al Areópago, lugar acostumbrado para reunirse públicamente, y lo indagaron sobre sus enseñanzas), el apóstol Pablo (quien antes de su conversión en Jesucristo se llamaba Saulo de Tarso, siendo un judío devoto, pertenenciente al muy importante grupo de los fariseos, y gozando, además, de la ciudadanía romana, todo lo cual contribuyó al éxito de su periplo por una inmensa extensión de los territorios bajo dominio romano) se dirigió a los atenienses levantándose entre ellos en el Areópago para decirles:

“Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad.
23 Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar.
24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas,
25 ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas.
26 El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar,
27 con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros;
28 pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: Porque somos también de su linaje.
29 Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano.
30 Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse,
31 porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos.”

El segundo gran antecedente de un auténtico Diálogo Interreligioso, lo ofrece el que entabló San Francisco de Asís con el mundo islámico (en 1219 viajó a Chipre y Egipto, y al encontrarse con las fuerzas de los Cruzados, les advirtió que no lanzaran ningún ataque, provocando la burla entre algunos de los Cruzados), concretamente con el sultán de Egipto al-Malik al-Kamil. Francisco invitó a las autoridades islámicas a entrar con él en una gran fogata u ordalía para determinar qué religión era la verdadera, a lo cual se negaron. No obstante, el Sultán le entregó a Francisco un cuerno de marfil que habría de servirle como pasaporte en tierras musulmanas. Tiempo después, el Sultán de Damasco, al-Mu'azzam, hermano de al-Malik, le concedió permiso para visitar Siria y Tierra Santa.

Entre el 11 de septiembre y el 27 de septiembre de 1893, se constituyó en Chicago (EUA), el Parlamento Mundial de Religiones o Parlamento de las Religiones del Mundo, organización internacional no gubernamental, para promover el diálogo interreligioso y ecuménico, al paso que en 1988 se formó el Consejo del Parlamento Mundial de Religiones.

En 1959, el papa San Juan XXIII, suprimió la alusión a “los pérfidos judíos”, contenida en la oración litúrgica del Viernes Santo, y recibió al año siguiente, el 13 de junio de 1960, al francés de origen judío, Jules Isaac, quien le envió un documento contentivo de varias propuestas para revisar la doctrina católica sobre el Judaísmo y los judíos, a lo que el papa respondió favorablemente, encargando aquel mismo año al jesuíta alemán, cardenal Augustin Bea, preparar un documento al respecto para ser discutido en el recientemente iniciado Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Bueno. Jules Isaac, quien había perdido a toda su familia en el Holocausto Judío perpetrado por los nazis, promovió, junto al teólogo Jacques Maritain, la Conferencia de Seelisberg, un encuentro judeocristiano celebrado en Suiza en 1947, en el que se formuló un decálogo para revisar el tratamiento católico del Judaísmo del que hablé anteriormente.

En 1964, el papa Pablo VI creó la Secretaría para las religiones no cristianas, después llamada Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (que cuenta hoy, además de con un Secretario y Subsecretario, con 46 integrantes, 40 consultores y un equipo formado por 8 personas), por parte del papa San Juan Pablo II, quien dio lugar al Pontificio Consejo, a través de la Constitución Apostólica Pastor bonus, de 1988. Un hito importante en la concreción del Diálogo Interreligioso entre la Iglesia Católica y las demás religiones no cristianas, lo constituye la declaración Nostra aetate (en idioma castellano, Nuestro tiempo), documento nacido del Concilio Vaticano II, fechada el día 28 de octubre de 1965, y aprobada con 2221 votos contra 88. El documento tiene por antecedentes la reacción con que respondieron algunos laicos, sacerdotes y teólogos católicos al conocer el horror del Holocausto Judío, que les llevó a promover la revisión de la visión católica del pueblo judío. El documento reconoció el valor de las distintas experiencias religiosas en su ofrecimiento de respuestas a los más profundos cuestionamientos sobre la condición de la vida humana como el bien, el pecado, el dolor, la muerte, entre otros, pasando a reconocer la valiosa condición de religiones orientales como el hinduismo, rico en mitos, o el budismo, con su búsqueda de la iluminación, pasando a exponer cómo el catolicismo reconoce la santidad y veracidad de tales religiones, exhortando a sus fieles al diálogo y colaboración con quienes profesan otras religiones, reconociendo su valor moral, espiritual y sociocultural. La Declaración también se detiene en reconocer los elementos comunes entre el Cristianismo y el Islam, que adora a un Único Dios, Misericordioso y Todopoderoso, valora al patriarca Abraham, aprecia a Jesús como profeta, y venera a María, su madre. Respecto del Judaísmo, la Declaración condena al antijudaísmo cristiano, tanto como la acusación de deicidio contra los judíos, reconociendo que la pasión de Cristo no puede ser imputada a los judíos de su tiempo ni a los de hoy.

El beato papa Pablo VI extendió el diálogo interreligioso respecto de los no creyentes, creando el 9 de abril de 1965, que pasó a denominarse en 1988, como Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes. El 25 de marzo de 1993, el papa San Juan Pablo II unió el Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes, con el Consejo Pontificio para la Cultura, que pasó a formar el denominado Consejo Pontificio de la Cultura. Benedicto XVI, por su parte, continuó promoviendo el diálogo con los no creyentes agnósticos y ateos, a través de lo que llamó el Atrio de los Gentiles, establecido al amparo del Pontificio Consejo de la Cultura en 2011.

Uno de los organismos que promueve el diálogo interreligioso con el Judaísmo, es la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, creada por el beato papa Pablo VI, el 22 de octubre de 1974, comisión vinculada con el el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. En el ámbito del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, existe también la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Musulmanes, también creada por el beato papa Pablo VI, en el mismo año de 1974. Una de las acciones en que se concreta el diálogo interreligioso con los musulmanes promovido por el Pontifico Consejo, lo constituye el mensaje anual, que al final del ayuno del ramadán, es dirigido a los fieles islámicos, a nombre del propio cardenal que ejerce la Secretaría del Pontificio Consejo. Un segundo campo de acción por parte del Pontificio Consejo, consiste en el tratamiento de las sectas, de los nuevos movimientos religiosos, y la discusión de tales tópicos con fieles de otras denominaciones cristianas, lo cual realiza a través de sus relaciones con la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas, en colaboración con la Federación Luterana Mundial y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Finalmente, el Pontificio Consejo ha creado la Fundación "Nostra aetate-Becas de Estudio", para promover los estudios de los fieles de otras religiones respecto del Cristianismo, de suerte que los proyecten en la enseñanza y la promoción del diálogo interreligioso. El Pontificio Consejo, además, publica la revista trimestral Bulletin, en los idiomas inglés y francés.

Entre las más relevantes instituciones católicas que promueven tanto el ecumenismo, como el diálogo interreligioso, está el Movimiento de los Focolares u Obra de María, fundado en 1943 por la Sierva de Dios, Chiara Lubich, en Trento (Italia), y su acción se concreta en animar la unidad y la fraternidad universal, lo mismo que una cultura empresarial altruista y solidaria, teniendo presencia en 182 países, y contando con unos dos (2) millones de seguidores y simpatizantes. Entre 1997 y 1998, la fundadora del Movimiento fue invitada a Tailandia a compartir su experiencia espiritual con 800 monjes budistas; mientras en la mezquita de Harlem, en Nueva York (EUA), se presentó ante tres mil (3.000) musulmanes negros; y en Argentina compartió su experiencia con la comunidad judía bonaerense.

Otra de las instituciones católicas que promueven no sólo el ecumenismo, sino también el diálogo interreligioso, cabe mencionar la Comunidad de Sant'Egidio, que constituye una asociación de laicos católicos, fundada por Andrea Riccardi (historiador, político y teólogo italiano) en Roma, en 1968, como uno de los movimientos animados por el espíritu reformador del Concilio Vaticano II. Además del ecumenismo y del diálogo interreligioso, la Comunidad también se dedica a combatir el VIH y el Sida, así como la pena de muerte.

Uno de los mayores animadores del diálogo interreligioso en la historia reciente de la Iglesia Católica, fue el papa San Juan Pablo II, quien tendió puentes con los líderes de las principales iglesias cristianas no católicas, y de las principales religiones del mundo, especialmente con el Judaísmo y el Islam, con las que el Cristianismo comparte la adoración y creencia en el Dios Único. En su libro, Cruzando el umbral de la esperanza, publicado en 1994, San Juan Pablo II expresó que «en vez de sorprendernos de que la Providencia permita tal variedad de religiones, deberíamos más bien maravillarnos de los numerosos elementos comunes que se encuentran en ellas».
El libro culmina con un valioso reconocimiento al Islam con las siguientes palabras: «La religiosidad de los musulmanes merece respeto. No se puede dejar de admirar, por ejemplo, su fidelidad a la oración. La imagen del creyente en Alá que, sin preocuparse ni del tiempo ni del sitio, se postra de rodillas y se sume en la oración, es un modelo para los confesores del verdadero Dios, en particular para aquellos cristianos que, desertando de sus maravillosas catedrales, rezan poco o no rezan en absoluto.» El aprecio de San Juan Pablo II por el Islam fue tal, que el 14 de mayo de 1999, durante una audiencia privada en la Santa Sede con el patriarca de Babilonia, éste se presentó con dos (2) líderes islámicos, uno de los cuales portaba un ejemplar del Corán, ante el cual se inclinó el Papa para darle un beso.
El 7 de junio de 1979, el papa San Juan Pablo II visitó el campo de concentración de Auschwitz en Polonia, donde murieron cerca de un (1) millón de judíos; el papa Benedicto XVI lo visitó el 28 de mayo de 2006; seguido por el papa Francisco, quien lo hizo el 29 de julio de 2016.

Un gesto más, de condición sumamente trascendental, fue el que expresó el papa San Juan Pablo II, cuando el 13 de abril de 1986, visitó la Sinagoga de Roma, siendo recibido por su Gran Rabino, con quien se dio un abrazo. A más de pronunciar algunas palabras en idioma hebreo, condenó el antisemitismo y calificó a los judíos como “hermanos mayores”.

Otros hechos y gestos trascendentales en la concreción del diálogo interreligioso entre el Cristianismo, particularmente el Católico, con las otras dos (2) religiones monoteístas y hermanas como son el Judaísmo y el Islam, ha consistido en las visitas de los papas San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, a mezquitas musulmanas y sinagogas judías. El 6 de mayo de 2001, el papa San Juan Pablo II se convirtió en el primer pontífice que entró, a orar, en una mazquita, lo que hizo en la Gran Mezquita de los Omeyas en la ciudad de Damasco (Siria), acompañado por el mufti, máxima autoridad islámica, con quien estaba previsto que oraran conjuntamente, acto que se frustró ante el rechazo de algunos grupos islámicos radicales. El 19 de agosto de 2005, con ocasión de la XX Jornada Mundial de la Juventud, el papa Benedicto XVI visitó la Sinagoga de Colonia, donde compartió un saludo a la comunidad judía. El 30 de noviembre de 2006, el papa Benedicto XVI visitó la Mezquita Azul en Turquía, donde oró en silencio durante unos minutos. Con ocasión de su viaje a Israel, visitó la Mezquita de la Roca en Jerusalén, tras ser recibido por el Gran Mufti, entrando descalzo a la Mezquita. Posteriormente el Papa se dirigió al Muro de las Lamentaciones, uno de los sitios más sagrados para los Judíos, donde estuvo orando en privado. Así mismo, el papa Benedicto visitó el Memorial del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén. El papa Benedicto XVI visitó el 18 de abril de 2008, la Sinagoga de Park East en Manhattan, Nueva York (EUA), en vísperas de la celebración del Pesaj, la Pascua judía. En la Sinagoga fue recibido por el rabino Arthur Schneir, quien sobrevivió al Holocausto. El papa Benedicto volvió a visitar una mezquita (la mezquita Rey Husein bin Talal en Amán) el 9 de mayo de 2009, dentro de su viaje a Jordania. El domingo 17 de enero de 2010, el papa Benedicto visitó la Sinagoga de Roma (24 años después de que lo hiciera su predecesor, el papa San Juan Pablo II), donde compartió un discurso ante autoridades judías de Roma e Italia, condenando el Holocausto Judío, recordando que la Iglesia ha pedido perdón por el antisemitismo, defendiendo la actitud y la acción del papa Pío XII ante el Holocausto, de quien dijo que ayudó de manera discreta a los judíos. El propio presidente de la Comunidad Judía de Roma, Riccardo Pacifici, reconoció la ayuda de la Iglesia en favor de los judíos durante el régimen nazi, anotando cómo su propia familia consiguió conservar la vida al ser ocultada por religiosas en un convento de Florencia (Italia). El papa Benedicto fue enfático en su defensa de la actitud de la Iglesia ante el nazismo, expresando que "También la Sede Apostólica desarrolló una acción de socorro, muchas veces a escondidas y discreta", y resaltó el espíritu del Concilio Vaticano II y la declaración conciliar Nostra etate, que no sólo condenó el antisemitismo, sino que reconoció las raíces judías del Cristianismo. Lo cierto es que la Iglesia Católica Romana sí se enfrentó al régimen nazi, eso sí, con la cautela que le exigía la ideología y prácticas totalitarias de éste, pues una actitud frontal de la Iglesia, le podría haber costado la vida de incontables religiosos y laicos católicos, sin contribuir mayormente en favor de los judíos y de otros perseguidos. La encíclica Mit brennender sorge (en idioma catellano, Con ardiente preocupación), sobre la situación de la Iglesia enla Alemania nazi, condenando su totalitario régimen, promulgada por el papa Pío XI, el 14 de marzo de 1937, y escrita con la participación del entonces cardenal y Secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, futuro papa Pío XII, quien era un experto en política alemana, y había negociado el Concordato con el régimen nazi. Tan valiosa y considerable fue la ayuda del papa Pío XII a la comunidad judía italiana, que el judío de origen polaco, Israel Anton Zollerel, quien ante la repre3sión fascista pasó a llamarse Italo Zolli, y quien llegó a ser el Gran Rabino de Roma entre 1940 y 1943, cuando se hizo bautizar en 1945 para convertirse al Catolicismo, tomó el nombre de Eugenio Pío, en agradecimiento al papa por sus favores para con la comunidad judía italiana. Seis (6) años después, el 17 de enero de 2016, el papa Francisco acudió a la Sinagoga de Roma.

Un cierto traspié o malentendido entre la Iglesia y el Islam, tuvo lugar con ocasión de la visita del papa Benedicto XVI a Baviera (Alemania), su ciudad natal, donde pronunció, en la Universidad de Ratisbona, un discurso titulado “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”, en el cual hace referencia a un diálogo entre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo (1350-1425) y un persa, contenido en el libro Conversaciones con un musulmán. Séptimo coloquio, de autoría del teólogo alemán de origen libanés Theodore Khoury, publicado en los años sesentas (60s), en los siguientes términos: leí la parte, publicada por el profesor Theodore Khoury (Münster), del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y sobre la verdad de ambos. Probablemente fue el mismo emperador quien anotó ese diálogo durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402. Así se explica que sus razonamientos se recojan con mucho más detalle que las respuestas de su interlocutor persa. El diálogo abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero también, cada vez más y necesariamente, en la relación entre las «tres Leyes», como se decía, o «tres órdenes de vida»: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y Corán. No quiero hablar ahora de ello en este discurso; sólo quisiera aludir a un aspecto —más bien marginal en la estructura de todo el diálogo— que, en el contexto del tema «fe y razón», me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre esta materia.

En el séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de fe». Según dice una parte de los expertos, es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba». El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συν λόγω) es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona». Las anteriores palabras del papa Benedicto XVI tienen toda la autoridad de quien es un profundo pensador, intelectual, filósofo y teólogo, pero con todo y su veracidad ante un Islam que en sus orígenes se extendió con éxito en Oriente Medio y el Norte de África gracias a su imposición violenta, resultan un tanto imprudentes e inconvenientes ante el profundo Fundamentalismo de muchos grupos musulmanes, que aunque minoritarios, consiguen materializar acciones violentas de toda índole, y en particular contra las minorías cristianas y católicas en los países y Estados donde el Islam es mayoritario. El papa Benedicto consiguió neutralizar los efectos negativos generados por su mensaje, al visitar posteriormente países y lugares sagrados del Islam, y al reunirse con autoridades islámicas.

Otro gran hecho trascendental en el desarrollo del diálogo interreligioso promovido por la Iglesia Católica, lo constituyó la Jornada mundial de oración por la paz, que tuvo lugar en Asís, la patria chica de San Francisco (el Cristo del Medioevo, y Patrono de la Paz), convocado por el papa San Juan Pablo II para el 27 de octubre de 1986, donde participaron, además de los representantes católicos, 50 representantes de iglesias como la Ortodoxa Griega, la Anglicana, las Luteranas y de otras denominaciones cristianas, lo mismo que 60 representantes de las grandes religiones de todo el mundo, como el Judaísmo, el Islam, el Hinduísmo y el Budismo. El 20 de septiembre de 2016, el papa Francisco viajó Asís para continuar la animación del diálogo interreligioso, tan fuertemente promovido por San Juan Pablo II, celebrando la Jornada Mundial de Oración por la Paz cuyo tema es “Sed de paz. Religiones y culturas en diálogo”, en la que se congregó con representantes de otras confesiones cristianas, como el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, de la Iglesia Ortodoxa Griega; el anglicano Arzobispo de Canterbury; así como del Islam, del Judaísmo y del Budismo.

Desde sus tiempos como Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires (Argentina), el papa Francisco se ha mostrado favorable al diálogo interreligioso, tanto, que en su libro Sobre el cielo y la tierra reúne el intercambio de palabras sostenido con su amigo personal, el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano. Tan pronto fue elegido papa, Francisco le dirigió una comunicación al rabino jefe de Roma Riccardo Di Segni, en la que le expresó su deseo de progresar en las relaciones entre ambas religiones, recibiendo, con ocasión del inicio de su pontificado, a representantes de otras iglesias, de organismos ecuménicos y de otras religiones del mundo. Posteriormente, el papa Francisco ha resaltado el valor de intensificar las relaciones con todas las religiones, en primer lugar con el Islam, pero también con los no creyentes.

Finalmente, el papa Francisco se ha mostrado sumamente faqvorable al Islam, desligándolo del terrorismo, y comparando a su libro sagrado del Corán, con la propia Biblia.

En su columna semanal, el doctor Dominik de María, describe a profundidad a dos Papas que han marcado una época común de fraternidad y visión humanista del mundo. Imagen jornal Flit Paralisante Word Press.com