“No joda, por fin tenemos Nobel” y la noticia pareció haberle producido el milagro de curarlo porque se retiró del turno y nos dejó al resto
con la mitad de la noticia empezada.
LA CALLE LO DICE / [email protected]
Carmelo Rodríguez Payares
Periodista y escritor colombiano
Director de
El Tábano
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Temprano esta mañana, al abrir el chat del móvil, encontré una pregunta cuyo origen nunca
puse en duda porque sabía que la única que podría haberse tomado esa molestia era ella. El
interrogante decía así: ¿Dónde estabas hace cuarenta años a esta hora? Y entonces me vi en una
larga fila al frente de las oficinas de Bienestar Universitario de la Universidad de Antioquia, dispuesto
a convertirme por primera vez en paciente de este sistema de salud y escuchar muy atento el origen
de mis males, porque con apenas cuatro meses de haber llegado a la ciudad de Medellín, empezaron
a surgir mis contradicciones con la comida paisa, que se tradujeron en unos intensos retortijones
estomacales sufridos en esa última semana.
Era jueves, y los relojes parecían atascados en una hora que no se sabía con exactitud, pero
estaba entre las siete y las ocho de la mañana, hasta cuando uno de los que estaban en la fila pegó
un grito como esos que uno escucha cuando su equipo favorito convierte un gol. Dijo algo así al
apartarse de su pequeño radio que tenía sujeto en la oreja:
“No joda, por fin tenemos Nobel” y la
noticia pareció haberle producido el milagro de curarlo porque se retiró del turno y nos dejó al resto
con la mitad de la noticia empezada.
Para muchos de los que a esa hora estábamos a la espera de un turno para una cita médica,
aquella reacción la pudimos haberla dejado pasar como una anécdota más de los nuevos tiempos de
la juventud, hasta cuando vimos salir de uno de los consultorios del primer piso a un médico ya
entrado en años, que sin que viniera a cuento dijo que si acaso allí había un costeño para felicitarlo
porque un colombiano, hijo de Aracataca, Magdalena, de nombre Gabriel García Márquez, había sido
reconocido por la Academia Sueca de las Letras como el ganador del Premio Nobel de Literatura.
Si bien tengo ancestros costeños que vienen de mis padres, mi condición de antioqueño era
más que evidente: nací en un pueblo a orillas de un río de la zona del Bajo Cauca y a pesar de que
mi forma de hablar me hubiera servido para hacerme pasar como paisano del laureado escritor,
alguien del más allá me hizo evitar el percance. Pero creo que lo que me salvó de aquella farsa fue
la timidez que he sufrido desde que soy consciente de cargar con ese mal, pero que esta vez por fin y
para siempre me evitó cometer un descache de magnitud monumental con apenas unos meses de
ser el portador del carné 28211530 que me acreditaba como estudiante del primer centro de estudios
superiores de Antioquia. Hoy, cuarenta años después, agradezco al ángel que evitó semejante
episodio.
Vuelvo al jueves de la noticia. Entonces el cielo y el resto del ambiente parecieron convertirse
en otra cosa y se empezó a respirar un nuevo aire en todos los más de 15 mil habitantes de la bella
Ciudad Universitaria; y quienes hasta hacía poco fruncíamos la cara por las dolencias internas,
pudimos soportar el resto del tiempo que nos faltaba para recibir el ficho de la próxima consulta, de
manera que decidimos juntarnos como en un uno solo alrededor de la noticia que ya le había dado
por lo menos siete veces la vuelta al mundo. Entonces fue cuando muchos como yo, antioqueño con
raíces caribes, sentimos como nuestro aquel premio a las mejores letras universales; casi lo mismo
que hoy hacemos cuando la negra Linda Lizeth Caicedo Alegría marca un gol para el Deportivo Cali o
lo hace en nuestra Selección Colombia, como espero que lo hará mañana sábado frente a las
gigantescas jugadoras de Tanzania.
Nadie dijo cómo ni por qué, pero el rumor era que algunas facultades, en especial
Comunicaciones y Ciencias Sociales, decidieron suspender las clases para el resto del día en
solidaridad con el magno acontecimiento que por primera vez se vivía en el país, y salí al encuentro
de mis nuevos amigos que siempre nos hacíamos en la cafetería Tronquitos para festejar un hecho
que por nuevo nadie sabía cómo hacerlo. Allá estaban los dos Carlos Mario, el ciego Héctor Javier,
Luis Horacio, Luis Guillermo y las de siempre: Diana, Luz Marina y Ángela.
En las clases de Español y de la mano de la profesora Clara y de otra docente de apellido
Restrepo, tuvimos el privilegio de conocer hasta las entrañas los cuentos y las novelas del hasta
ahora uno más de nuestros escritores colombianos, y allí aprendí los caminos de lo que hoy se
conoce como el Realismo mágico y tengo muy presente al teniente de la
“Mala hora” , que es el
mismo del cuento
“La siesta del martes” a quien relacionaba con un arbitrario y salvaje policía que se
tomaba las calles de El Bagre para arrebatarles el balón a los muchachos y rompérselos en su cara,
solo porque con ello evitaba que hicieran lo mismo con las ventanas, cuando ni siquiera se usaba el
vidrio porque no se necesitaba.
Todos, como pasa siempre, nos convertimos en los mejores “gabólogos” del momento y no
faltó el que dijera que tenía el teléfono de la casa que habitaba el nuevo premio en México y fue capaz
de nombrarlo como solo lo hacían sus verdaderos y más cercanos amigos: Gabito. - Pero eso no nos
importó porque un profesor que ya no nos acompaña en este mundo, de nombre Jaime y de apellido
Vélez, tuvo la buena idea de hacernos sentir como favorecidos de la escogencia de los académicos,
ya que al fin y al cabo lo único que Gabriel José de la Concordia García Márquez podía mostrar como
ciudadano era su carné de Periodista y que la literatura le había llegado por ese camino. Un pequeño
paréntesis, aquel año a duras penas podíamos asimilarnos a unos periodistas en pañales, pero eso
no importaba.
Y fue así que entre toda la tropa tomamos la sabia decisión de irnos a escuchar vallenatos en
la heladería Villamil, un sitio ubicado al frente de la Universidad sobre la calle Barranquilla, muy
visitado por los estudiantes los días viernes, como una manera de extender las clases rutinarias de la
semana, al punto de ganarse el título del bloque 32, y que aquella celebración nos sirviera como
preámbulo de la gran ceremonia que ya se anunciada en la Casa de Conciertos de Estocolmo
prevista para el mes de diciembre, que como ahora, está a la vuelta de la esquina.
Aquella vez se cumplió el ritual que se cumple de manera puntual desde 1901, y esa vez los
privilegiados fueron seis científicos y un novelista quienes recibieron de manos del Rey de Suecia,
Carlos Gustavo y su esposa Silvia. Para los desmemoriados, este primer evento, porque el Nobel
tiene varias puestas en escena, fue el miércoles 8 de diciembre de aquel memorable 1982.
Hoy, cuarenta años después de aquel histórico 21 de octubre, alguien me hizo regresar al
jueves de la victoria de las Letras y le cuento que esa vez el médico me diagnóstico una gastritis por
comer a horarios indefinidos, cuando la verdad fue que en esos días me pasé a vivir a la casa de mi
tía Clotilde en el barrio El Salvador, pero me abstuve de contarle que era que empezaba a
desintoxicarme de la dieta de las tres comidas diarias a punta de fríjoles, porque llegado el momento,
mi tía me hizo volver a los alimentos propios de nuestra tierra y de manera abundante y con la mejor
sazón.
Aprovecho esta oportunidad para recordarle a la autora del interrogante de esta mañana, que
tiempo después el gran Rafael Calixto Escalona Martínez recogió en una gran bella crónica vallenata
lo que ocurrió meses después en la entrega del Premio Nobel. - Dice así:
Gabo te mandó de Estocolmo
un poco de cosas muy lindas
una mariposa amarilla
y muchos pescaditos de oro.
Gabo sabe lo que te agrada por eso él te manda conmigo
el perfume desconocido que tiene un olor a guayaba
También te manda las mariposas amarillas
de Mauricio Babilonia
Le mostré las frases tan lindas que escribiste en un papelito
pa´que se dé cuenta Gabito que yo sí tengo quien me escriba
En el nuevo libro de Gabo dijo que él iba a publicar
que yo me parezco a un gitano y mi corazón a un imán.
Tú sabes que Estocolmo está lejos queda muy cerquita del Polo
allá se camina en el hielo que un gitano trajo a Macondo
Gabo me ha invitado a su fiesta y esto es para mí un gran honor
fui con los Hermanos Zuleta pa’ que el Rey oyera acordeón.
Posdata: Ya sabes que ni el uno ni el otro están aquí para festejar semejante logro, pero nos dejaron sus letras; un
abrazo por siempre.
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